Seguramente quien haya escuchado alguna vez las conversaciones que tienen lugar en el hogar, cuando niños y niñas hacen sus deberes de matemáticas colaborando con las personas adultas, se preguntará si en esas situaciones se aprende realmente esta disciplina.
En esos momentos las personas parecen más preocupadas por terminar la tarea lo antes posible, realizar mecánicamente una serie de cálculos o encontrar la solución de un problema que debe coincidir con la que aparece en el libro de texto.
Si profundizamos algo más en esa pregunta nos damos cuenta de que tras ella pueden esconderse otras muchas, por ejemplo: ¿cuál es la relación entre estas prácticas y las que llevan a cabo los matemáticos profesionales cuando resuelven problemas o las personas que, en su vida cotidiana, necesitan acudir a ellas?
En este momento las distancias entre el conocimiento que se aprende en la escuela y el que se utiliza fuera de ella comienzan a hacerse cada vez más grandes.